sábado, 8 de octubre de 2016

Solo yo

Bourbon y oscuridad. Lluvia y neón. Sé que te encanta esta palabra. Que te gustaría sepultar tus pensamientos bajo ella. Neón. Neón. Neón. Pero está afuera. Y tú aquí, dentro. Junto a la barra en un taburete rojo. Te rozan ecos de conversaciones remotas. De música y de olores. De cansancio. Todo está repetido.

Todo es mentira. La verdad está en el fondo del vaso, entre los hielos. La toca tu dedo índice. Márchate. Vete. Asustado, retiras la mano. Muy torpe. (El cristal cayó sobre la moqueta gritando líquido). Seguro que todos te miraban. No, nadie lo hace.

Nadie está tan borracho. No, solo es agua. Sí, agua de 43 grados. Atención, pregunta: ¿Qué haces aquí? Esperándola. Respuesta errónea. Estaba prohibida la sinceridad. Prohibida hasta que el hielo te la trajo. Corrección: Debes encontrar una mentira a tu medida.

Mides, con la mirada, la distancia que te separa del servicio. Calculas el número de pasos que te llevarían hasta allí. Demasiados. Demasiado tiempo. Necesitas algo que te anime. Pides otro Jack Daniel’s.

Esperas otro trago. Otro lapso. Otra pérdida de consciencia. Ojos fijos, pupilas perdidas. Olvidas pestañear. Boca apretada, aliento contraído. No sabes sonreír. Un intento fallido cuando te ponen el agua de fuego delante. Una mueca. Gracias.

Gracias a ti. Un pub con camarero mercenario, barman de alquiler. Nadie con quien hablar. Esa rubia (cabello alisado a la plancha, ojos hundidos en negro) tampoco sabría atenderte. Si alguien te escuchara, hablarías de ella. Sin duda.

Dudas: ¿Cuáles fueron sus últimas palabras? Un segundo, que pienses. Eres mío. No eres el primero. No intentes escapar. Algo así como una amenaza. Como el miedo que tuviste. Como el de hoy. El de ahora al recordar. Un trago precipitado. Tan inútil. La única solución está en ese aseo tan lejano. Mil pasos para esconderte.

Primer paso. Después de levantarte con las palmas sobre la barra. Segundo paso. Dolor. Dolor. Que desgarra tu ser, de arriba abajo. De abajo arriba. Como un cáncer. Debes olvidarlo hasta alejarte de cualquier mirada.

Tercer paso. Cuarto paso. Un empujón. Sobrevives por asirte al escueto vestido de una muchacha. Indiferencia mutua. Quinto paso. Estás en el vacío. Estás cansado. Paras a respirar. Antes no había tanta gente. Imposible. Nunca podrás llegar.

Estiras de la cadena. Otra vez. Todo tu estómago se aleja por el desagüe. El suelo está mojado de una pastosa humedad gris. Las baldosas volverán a ser blancas mañana. Respiras a bocanadas en una cabina de ventilación inexistente. Te sientas sobre la tapa de la taza. Es horrible que un pub como este tenga este servicio. ¿Qué hace un aseo como tú en un sitio como este? Quieres recordarla.

El mismo cóctel de miedo, nostalgia, deseo y unos cubitos gélidos de amor fracasado. Todo esto, mezclado, sabe a dolor. Por fin puedes llorar. ¿Qué te hizo abandonarla? ¿Qué te hizo huir? El miedo. ¿Qué te ha hecho beber desde entonces? No es ni nostalgia ni sufrimiento fingido. Es un misterio. Hasta para ti. ¿Sigues escapando de Ella o la estás buscando? ¿Crees que la vas a olvidar así? Una receta para otro combinado: las lágrimas con whiskey saben menos amargas.

Su cuerpo era la culminación de todos los cuerpos que habías besado hasta entonces. Sus ojos, el feliz resumen de todos los ojos más un brillo de fiereza felina. Sus labios, el grueso óleo de todos los rojos. Una distinta forma de hacer el amor… Tan dulce al principio y tan sucia después. De tan libre a tan obligada.

El recuerdo viene por la acumulación de alguna de sus frases. Una vez le habló a tu desesperación (quizá tu primera desesperación). No te asuste entrar en la tristeza. Ni estar rodeado por la nostalgia. Ni sacudido por el deseo, ni vencido por la angustia. Siempre queda un pedazo de uña que arrancar. Y una botella de ginebra que vaciar. ¿Cuándo comenzaste a beber?

Toc. Toc. El ruido interrumpe tu tarea. Una absurda contemplación de tus dedos. Toc. Toc. ¿Quién será? ¿Quién está llamando? ¿Por qué? Recuerda que estás en el servicio. No puedes permanecer aquí toda la noche. Finges acabar tirando de nuevo la cadena. Un sordo quejido. Te cuesta correr el cerrojo. No tienes humor para enfrentar al impaciente. Apartas la mirada.

Tropiezas con… ¿Ese del espejo eres tú? Los ojos sitiados por la tristeza. El pelo azarosamente engominado. Faldones de la camisa conjuntados con una corgata desanudada. Modelo “otro apenado borracho” del gran modisto Reggiani. La boca te huele mal. Pero eso no lo refleja el cristal.

Los lavabos son acogedores pero debes volver junto a tu vaso. Lleváis demasiado tiempo separados. Y hay que rellenar el estómago. Abres la puerta hacia la sala. Quedas deslumbrado unos segundos. ¿Por la luz o por la oscuridad? Cuando se normaliza tu visión, buscas el lugar que ocupabas en la barra. Vaya, hay alguien ahí. Una mujer de melena morena juega con los hielos de tu vaso. El gentil camarero no lo ha retirado. Ella se vuelve parcialmente hacia él. No puedes creerlo. Y la manija resbala entre tus dedos inertes. La sala desaparece tras la puerta blanca.

Desesperación. Alegría. Miedo. Rojo. Acantilados. Mar. Calle. Ventanas. Dolor. Noche. Adiós (no, nunca le dijiste adiós). Sangre. Corazón. Esperanza. Terror. Amor. Pájaros. Olvido. Recuerdos.

¿Cuándo terminó de recorrer tu cuerpo? Una sucesión casi infinita de encuentros. Combates. Sus dedos. Su lengua. Su sexo. Usados para explorar. Un día dijo que lo conocía mejor que el suyo. Todas las articulaciones, órganos, nervios y fibras. Todo. Una noche, bromeando, confesó que ya era capaz de dominarlo. Conocer es poder. Al mirarte, se te cayó de las manos la figura con la que jugabas. ¿Fue una casualidad? Sentiste miedo viéndote en la figura destrozada. Un héroe de cómic convertido en añicos de plástico sobre el suelo de la habitación.

No le costó aliviar tus temores. Aunque siempre disfrutaba con la ambigüedad. Caricias. Aire. Besos. Agua. Cuerpos. Tierra. Amor. Fuego. ¿Qué viene después de la calma?

Una sucesión casi infinita de encuentros. Combates. Humillaciones. Sus uñas. Su saliva. Tu sexo. Todo servía para darte tormento. Comenzaron a aparecer tus lágrimas. ¿Por qué buscaba Ella tus lágrimas? Tú la querías. ¿Te quería Ella a ti?

Un instante de lucidez salpicado por amor. Presente. Una cierta esperanza. No puede estar allí. Un ángel como Ella no baja a los infiernos. No puede. Si lo repites cuatro veces más reunirás el valor para abrir otra vez la puerta.

Era un fantasma. Desde aquí ves tu plaza reservada en la barra. Nadie la ocupa. Ahora debes respirar hondo. Tomar impulso para volver a ella. Un espejismo. ¿Un espejismo? ¿Y si ha cambiado de lugar pero sigue aquí? Miras cuidadosamente el local con creciente confianza. No está. ¿Seguro? Sí. No está. No logras calmar los latidos de tu corazón.

El vaso es el salvavidas. La tabla en el naufragio. Otra copa, por favor. A pesar del asco que sientes en la garganta. El camarero no retira tu vaso mediado porque sabe.

Empiezas a bajar por la pendiente de la memoria y es difícil detenerse. La única manifestación de poder. No se permitió más. Tampoco fue necesario. Una tímida rebelión rota. Cuando golpeaste con el puño el cristal de la ventana. Agudas grietas. Esquirlas clavadas en tu mano. Ella te obligó. Te obligó a hacerlo. Gotas de sangre en el suelo. Recordando la que el roto superhéroe no había llegar a verter.

Pudo hacértelo repetir mil veces. ¿Por qué no quiso? ¿Por qué se puso a llorar entonces? (¿Amaba, tal vez, tu cuerpo?). Nunca viste otras lágrimas sobre sus mejillas. Hasta buscó una compensación. Tu brazo se volvió para golpearla. Un autocastigo. Tú no quisiste. Su respiración se quebró, sumida en el ahogo. Tuviste que consolarla. Otra frase. Cuando se es tan perversa como tú, tener conciencia es un lastre. La abrazaste. Luego te humilló en la cama.

Aún no te han servido la bebida. No importa. Quedan restos de la última. Un remoto olor, casi un perfume, la acompaña hasta tus labios. No llegan a rozarla. Has descubierto algo horrible. Estás perdido. Lo grita el rojo carmín desde el borde del vaso. Su carmín.

Todas las sombras pueden ser Ella. Todas las mujeres lo son. Una sensación de asfixia. Te ha descubierto. Estás en el centro de todas las miradas. En el puto centro. ¿Es posible escapar? ¿Me dices qué te debo? El camarero te traía el nuevo whiskey. Sí, son seis. No entiendes su cifra y dejas un billete grande. Ahí tienes, hasta luego. O mejor dicho, adiós.

¿Por la puerta de entrada? ¿Por la de emergencia? Son demasiado evidentes. Escóndete hasta que cierren la sala. Donde siempre.

Cuando cerrabas la puerta de tu aseo, la viste salir del de señoras. Estaba allí, sin duda. Has visto sus ojos. ¿Te han visto ellos a ti? No me ha visto. No me ha visto. Por favor… La cabina del inodoro está cerrada. Forcejeas para entrar. Mierda. Ella puede asomarse en cualquier momento. A tu espalda. Vamos. Vamos. Ábrete de una vez, Sésamo.

Sale el individuo que te relevó antes. Reconoces sus pantalones a cuadros. ¿Tan poco tiempo ha pasado? Una disculpa por tu impaciencia. Olvidé el alma dentro. Te dirige otra mueca. Cierras el pestillo como si te fuera la vida en ello. ¿Quién puede saberlo?

¿Cuáles son los últimos pensamientos de un condenado? No. No pienses en eso. Aún te quedan esperanzas. Supongo que en ellos habrá alguna mujer. ¿Qué esperanzas?

Si esa mujer no existe habrá que inventarla. Tú no tienes esa necesidad. Ella te inventó a ti. Y su cuerpo está cerca. Su cuerpo era un bambú que se cimbreaba para golpearte. Sus ojos, soles que te quemaban. De su fruto nacían fluidos para ahogarte. Su boca te arrancaba la respiración. Y ese sudor que bebías era veneno. Una sorprendida erección acompaña estos recuerdos. ¿Vas a masturbarte?

Es una ilusión. Sabes que es una ilusión. El efecto combinado del alcohol, los recuerdos y tus deseos. En realidad no has escuchado sus pasos. Ni su respiración al otro lado de tu puerta. Esa cuchilla de afeitar que introdujo bajo ella tampoco existe. Sabes que es una ilusión pero te agachas a recogerla. Y sientes su sonrisa al otro lado. Siempre sonreía cuando iba a hacerte daño. Es una ilusión el frío tacto del metal en tus yemas. Su filo rasgando las venas. Las manchas de rojo. La cálida sensación en la que te alejas. El dulce sabor de un sueño acabado. Todo es una ilusión.

Entre extraños vapores revives aquella huida. Decidiste hacerlo tras otra de sus sonrisas. Después de su pregunta. ¿Sabes que estoy a punto de controlar tus sentimientos, que tus percepciones ya son mías? ¿No es maravilloso? Ni una nota, ni una rosa, nada dejaste tras de ti. Dos años más tarde te preguntas si le hiciste daño. Si, después de unos días de inútil espera, volvió a llorar.

Toc. Toc. Alguien llama. Es Ella, por fin. Por fin. Miras por si hubiera otra salida. No ves ni un hueco, ni el menor tubo de ventilación. Pero de algún lado llega una difusa luz. Las ejecuciones se celebran poco antes del amanecer.

Abres la puerta al encargado. Estamos a punto de cerrar. La sala está desierta. La música que no oías ha dejado de sonar. En el suelo, algunos cristales, algunos objetos brillantes y manchas pegajosas. Desconcertado, atraviesas el espacio vacío. Se pueden oler algunos perfumes olvidados. Tomas el abrigo que se te ofrece y sales al exterior. Al aire frío del alba. Brota de tus labios una bocanada de vapor. Una cansada alegría. ¿Por dónde habrá algún taxi? Suelen pasar por la otra calle. Pasos relajados. ¿No te llegó a ver? No es posible. ¿Te perdonó entonces? Cruzas hacia la acera de enfrente.

Nadie te miraba cuando el automóvil embistió. Cuando te abalanzaste sobre él. Nadie escuchó el inútil chirrido de los frenos. Nadie vio tu cuerpo despedido. Solo yo te vi morir, amor.