martes, 30 de marzo de 2021

Valdano y el Real desde la mirada de un madridista indiferentemente desesperado

Jorge Valdano, probablemente a través de Borges, conocerá quién escribió esta frase: “Se destruye aquello que se ama”. Es la sentencia que Oscar Wilde, si viviera para el fútbol, sabría aplicar a Jorge cuando, tras haber ganado dos Ligas consecutivas como jugador del Madrid, le dio dos al Barça como entrenador del Tenerife. Un destino caprichosamente simétrico alimentaba, el último día, la tragedia. El hecho era que no se podía dudar de su madridismo como no se podía dudar de su profesionalidad. Valdano, preso del vértigo de las palabras, llegó a comentar: “Espero devolverle un día al Madrid lo que le he quitado”. Luego repitió en 100 o 1000 ocasiones (las veces que muere un cobarde, según el Julio César de Shakespeare) que se había equivocado. “Los partidos los ganan los jugadores no los entrenadores”, adujo. Pero la frase se nos quedó grabada, tal vez porque los madridistas somos propensos a que la grandeza de las citas engorde nuestra épica, una inútil épica de frases y recuerdos tan española y caducada como Guzmán el Bueno (otro que hubiera matado lo que amaba). Tal vez porque venimos de una Edad de Oro irrecuperable e irrepetible inmersa en una política de Hierro cuya inextricable y vergonzosa relación la periferia no nos perdona.

Un año y medio después de su vuelta a casa, la sentencia de Wilde volvía a cobrar sentido, aunque inverso. Con una Liga ganada pero en plena crisis de resultados, Valdano era despedido. Muchos sentimos que no se le había dado la menor oportunidad. Las dos temporadas habían sido ferozmente antisimétricas: de la ilusión se había pasado al conflicto. A este cambio de tendencias no eran ajenos los diarios deportivos (“Uno está indefenso ante las empresas periodísticas”). El entrenador pasó de ser beneficiario de ellas a ser su víctima. También recayeron sospechas sobre sus propios jugadores y aunque él afirma que no hubo conspiración (“me deja más tranquilo”, señala) el resultado fue el mismo. El cese de un hombre que quiso y supo alimentar el mito del madridismo, de la camiseta blanca como estandarte, de vestirla como un honor; una exageración tal vez pero una exageración necesaria y terapéutica. El cese de un hombre que buscaba levantar el club con palabras, imágenes y sobre todo intenciones de juego. Así, la institución Real Madrid mataba aquello que le amaba (y que muchos aficionados amábamos).

Lo cierto es que Valdano había llegado al Madrid con tres heridas que le fueron arrojadas a la cara desde las pintadas de los Ultras Sur: Como entrenador del Tenerife se había portado como un traidor. Era sudamericano. Y se consideraba, por último, “un hombre de izquierdas”. Las heridas de la vida, de la muerte y la del amor. Ya estaba demonizado, solo había que esperar resultados y puntos. Y punto. A esta situación de interinidad contribuyó no poco el escaso feeling que reconoce en sus relaciones con la directiva, llenas de malentendidos y vacías de comunicación

El Madrid que le aguardaba ya estaba sumido en un proceso de autodestrucción, con una viveza que contradecía sus fines. Valdano habla “de una situación casposa”, que no se iba a corregir sino acentuar con su destitución. Señala que la crisis del club es sobre todo estructural y se presenta en tres frentes: No existe un proyecto (“el discurso interesa muy poco”), hay un grave problema económico y la institución está caduca. “Es el Kremlin, el Jurásico; es un club que tiene corroídos los cimientos”. Valdano ejemplifica esas carencias en el partido de la Liga de Campeones contra el Juventus, el más importante de los últimos dos años. “Los directivos estaban situados en el peor sitio del campo y los aficionados fueron molidos a palos”. El ex entrenador resume, para nuestro pesar: “Muchas de las virtudes que pertenecían al Madrid ahora son del Barça”. Califica el presente como “invendible”, por eso se vende el futuro. “Se fichan antes jugadores que entrenador y por nombre, no por una idea. Todo está al revés”. También la Liga de este año. Por eso el Papa aparece en Lo + Plus vestido de rojiblanco

Valdano casi sin querer ofrece otra clave, la ligazón entre las ciudades y sus equipos: “Se juega como se vive”. En esta urbe paroxística, animada por la crispación desde la radio de todos los taxis, en todos los atascos de la Castellana y de Chamartín, cuna y trono de Mario Conde, degrada y degradante, vieja y agotada, agoniza su equipo más señero. Este proceso de suicidio que vive el club tiene puntos de contacto con el que vive un jugador al final de su ciclo. “Es muy difícil que un jugador asuma ese momento; incluso cuando lo asume, no lo reconoce. Es el entrenador el primero en darse cuenta; el jugador es el último”. El paralelismo con la crisis de la institución blanca llega a ser hiriente y no ha demostrado, como Butragueño, su jugador más emblemático, “grandeza para afrontar la situación”.

Pero hay que dejar que el aficionado sueñe. Al contrario que otro lamentable titular del Marca (“Este sueño se acabó”) ningún sueño acaba nunca. Y Valdano nos ha dejado a Raúl, “una de las apariciones más importantes del fútbol europeo”. “Un chico muy especial, alguien que cree en sí mismo hasta la insolencia, un líder que no está respetando los plazos, un recién llegado que se come el vestuario”. Y viene con otros cuatro jóvenes que pueden ser jugadores del Real Madrid: García Calvo, Guti, Álvaro y Contreras. “Son la antítesis de la Quinta del Buitre por su fortaleza mental”. Hasta que con estos u otros nombres vuelva a nuestro momento, la actitud del aficionado debe ser, como dijo una vez Javier Marías, “meterse las manos en los bolsillos y silbar con indiferencia”. Con chulería. Esperando que el Madrid deje de ser virtual y vuelva a ser Real.