Fue un partido muy intenso que
ninguno de los participantes olvidará jamás. El gran favorito era Alemania frente
a la primera selección africana que alcanzaba la final del Mundial de fútbol.
Representaba la imaginación, la ingenuidad y la indisciplina, todo lo que los
prejuicios asocian al continente.
En el último minuto de descuento,
apenas quedaban segundos para el pitido final, el equipo de Nigeria marcó. Había
sido una jugada maravillosa, nunca vista antes, casi de otro mundo.
Apenas un segundo después del
gol, el árbitro interrumpió el juego. Le avisaban desde el VAR que había
ocurrido algo inaudito: la señal de televisión mostraba claramente que el balón
no había golpeado con violencia las redes, que el portero no lo había tenido
que desenredar para recogerlo. Millones de espectadores de todo el mundo no
habían cantado goal, but, gol. Solo los 80.000 asistentes en directo.
La decisión estaba clara y se le hizo
llegar al árbitro por el pinganillo: el tanto no había existido. Sacaría con su
mano el guardameta. Se comunicó a los presentes a través de los videomarcadores
del estadio. Los silbidos fueron acallados por la repetición de la jugada, la
misma que se había visto en el resto del planeta. Recorrió las gradas un
murmullo estupefacto, pronto atemperado por la insistencia de la repetición
desde todos los ángulos posibles.
Gracias al país organizador, hubo
un apagón en Internet que duró un tiempo indefinido. Ni la sorpresa ni la indignación
salieron del estadio. Los corresponsales deportivos se rindieron pronto a la
evidencia: comentaron la repetición como si les fuera la vida en ello. Las
crónicas taparon la verdad con adjetivos épicos habituales entre periodistas. Dice
la leyenda que algunos nunca regresaron. Nadie los echó en falta.
En la prórroga ganó el favorito. Los
nigerianos lloraban desconsolados, golpeados por algo superior al destino y ajenos
a los deportivos gestos de los germanos. El cielo bendijo el resultado con una
lluvia de confeti. Los líderes en el palco se felicitaban con muestras de
satisfacción. Al día siguiente subieron las bolsas, hubo una reducción de impuestos
y Apple sacó otro invento inútil.
Aún hoy se grita el gol de
Nigeria en los gulags.