Me mira mi alarife y me dice que soy
inmortal, que estoy a salvo del tiempo y de los anacronismos, que no es por lo
que soy ni por lo que represento sino por lo que ignoro. Soy fuerte y valiente.
Me habla de él, que le fascina el
viejo Noé, que esculpía pájaros bellísimos en capiteles cristianos, que con su
torpeza disimula ahora ese pasado de maestría. Si no me concentro, no puedo
oírlo ni recordarlo, soy incapaz de traerlo a este presente continuo que habito
gracias a sus manos. Cada día me rodean cientos de personas, un zoo de especies
humanas, de cloqueos vanos e incesantes. Que estoy en una fortaleza rendida,
que lo bello es el jardín, que unas trazas circulares superan todas nuestras suntuosas
geometrías, que las cúpulas de mocárabes apenas son un gotelé historiado,
blablablá. Me tengo que reír y brota un rugido de la piedra, fluye como el agua
de mi boca. Con mis tres compañeros, compongo el centro.
Soy un león pero no soy fuerte ni
valiente por lo que soy, ni por lo que represento, sino por lo que ignoro y
desprecio: lo prohibido.