lunes, 2 de enero de 2017

Discos


Habían coloreado las ventanillas con discos de vinilo.

Era un invierno triste y frío, a juego con el lento proceso de divorcio, no por querido menos nebuloso.

Habían coloreado las ventanillas con discos de vinilo.

Entre los últimos asuntos pendientes, un viejo coche rojo de segunda mano que mis padres habían pagado a modo de dote. Como conducir me daba risa, a todos los efectos era de mi pareja, ahora ex.

Habían coloreado las ventanillas con discos de vinilo.

Nos habíamos olvidado de él en una calle paralela al río y a los recorridos de los patos contaminados. Era lo menos importante. No teníamos nada más que repartir excepto la hipoteca del piso, que también cedí graciosamente. 

Habían coloreado las ventanillas con discos de vinilo.

Desde la cita final en el bufete de la abogada no nos veíamos. Los movimientos de nuestro saludo, que no querían afectar afecto, andaban todavía sin ajustar. No se concretaron ni en un beso ni en un contacto de manos, ni apenas en algo intermedio.

Habían coloreado las ventanillas con discos de vinilo.

Nos costó bastante encontrar el coche de marras porque ni recordábamos el lugar exacto ni reconocimos el color, mucho más apagado en la realidad de aquella tarde. El nuevo hallazgo no nos sorprendió demasiado.

Habían coloreado las ventanillas con discos de vinilo.

Sólo algunos discos eran negros; el conjunto incluía portadas que completaban su papel de cortinaje, salvaguardando la intimidad del okupa.

Cumplían tan fielmente su misión que jamás conocimos al inquilino. 

Habían coloreado las ventanillas con discos de vinilo.

Comprobé que la llave giraba, pero el fuerte olor interior y el respeto a la intimidad ajena, detuvieron la apertura de la puerta. Cerré. No hubo ninguna reacción interior. “Y ahora, ¿qué hacemos?”, se oyó fuera.

Habían coloreado las ventanillas con discos de vinilo.

Repitió la frase delante de un café caliente. El cristal del bar estaba decorado con manchas que creían ser letras. Adherido al interior, cabía un vinilo con el trío de camellos montados. “¿Qué hacemos, ahora?”.

Habían coloreado las ventanillas con discos de vinilo.

El café estaba frío aunque su apariencia humeante buscaba el engaño. Le respondí una sandez, señalando el vidrio: “No se sabe ni quién es Baltasar”. Baltasar, nuestro único rey favorito. 

Habían coloreado las ventanillas con discos de vinilo.

Los villancicos que sonaban entonces pertenecían a mi ex. Era de lolailos y boleros, de letras dulzonas y onomatopeyas populares. Yo me refugiaba en composiciones que contenían muchas más notas. 

Habían coloreado las ventanillas con discos de vinilo.

Repetimos, unos minutos, nuestra vieja disputa entre cabeza y corazón; sobre la importancia de emocionarse; sobre quienes otorgan valores sentimentales a un estúpido músculo. Pero coincidimos en la decisión final acerca del vehículo. 

Habían coloreado las ventanillas con discos de vinilo.

Acordamos que no lo venderíamos al chatarrero hasta que la primavera se aproximara al verano. El motivo real creo desconocerlo.

Habían coloreado las ventanillas con discos de vinilo.

1 comentario:

  1. Dado que fue concebido para un concurso y no cumplió su último fin, casi podéis ignorarlo.

    ResponderEliminar