domingo, 30 de diciembre de 2018

Juegos de construcción


“Papá, ¿adónde van los peluches cuando los niños se hacen mayores?”. Jaime, 5 años. 


Acabamos de ver Toy Story 3 y mis hijos me están ayudando a empaquetar sus regalos de remotos Reyes. El mayor se siente ajeno a la mayoría, lo daría todo menos su videoconsola. El pequeño mira el montón, recuerda y utiliza algunos un rato; aparta dos o tres, los que más quiere, y vuelven a su armario. Antes me llamaba la atención que no amaran los mismos juegos pero la vida me los dibujó con trazos muy distintos. Sus gustos apenas coincidieron en un garaje desmontable que habré reconstruido ni sé las veces.  
Están revisados los equipos eléctricos: quitamos las pilas viejas y verificamos que funcionaban con otras. Incluimos algunas instrucciones a mano sobre pósits para evitar la desilusión de sus nuevos propietarios.  
Habíamos limpiado todos los juguetes tras comprobar que parecían completos. Preparados, listos y ya.  

Mientras llevo cuatro bolsones repletos a la cercana oficina de Cáritas, mis hijos se quedan en casa solos; son mayores. Las luces de Navidad del barrio brillan a mi espalda, se concentran en la calle comercial. Debo detenerme ante el semáforo en rojo para redistribuir el peso, los pesos.  
Ni sé las veces que tuve que reconstruirnos entonces.  
Nos hemos limpiado los tres tras comprobar que parecíamos completos, preparados, listos.
Y ya puedo guardarme un muñequito del garaje que Marcos les regaló.

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