No sé si el Gato trajo su apelativo de México o lo adoptó en Madrid. En su honor, el grupo de amigos que frecuentamos el Callejón del Cuatro, su bar, lo llamamos el Callejón del Cuate. Es tradición que lo cierre el Día de Muertos y nos invite y celebre y nos cuente. Creo que todo el árbol de sus antepasados ha pasado ya por el barroco altar; para cada uno tuvo un relato o una satírica calaverita llena de ironías y ripios. Siempre lo coloca al fondo a la izquierda, enfrentado al servicio. Llegar a él supone seguir una larga madera llena de tequilas, mixturas y otras bebidas espirituosas. No siempre lo conseguimos todos.
Este 2018 no fue menos o fue más, dijo Mariano, ya que conmemora el Gato sus 15 años de “infeliz madrileñato”. En la barra no queda espacio para un vaso, una botella, una fuente o medio bol, prieto todo para tomar a dos manos. El primer convidado que alcanza el altar, ayudado por la ausencia de uno de sus brazos, queda de piedra. Lo vemos vacilar entre la alegría y el duelo. El tercero soy yo. No me extraña la ausencia de retratos dentro de los decorados marcos, ni las lloronas velas, sino los juegos de luces que los vidrios multiplican.
Oigo que, desde el fondo, brinda el inmigrante: “No se molesten por los espejos, ni porque vayan a morir, solo quería expresarles mi más perdulario afecto”. Todos levantamos los vasos a media altura viéndonos doblemente reflejados, con caras deformes que crean el alcohol, los cristales cóncavos y la fácil emoción.
Este 2018 no fue menos o fue más, dijo Mariano, ya que conmemora el Gato sus 15 años de “infeliz madrileñato”. En la barra no queda espacio para un vaso, una botella, una fuente o medio bol, prieto todo para tomar a dos manos. El primer convidado que alcanza el altar, ayudado por la ausencia de uno de sus brazos, queda de piedra. Lo vemos vacilar entre la alegría y el duelo. El tercero soy yo. No me extraña la ausencia de retratos dentro de los decorados marcos, ni las lloronas velas, sino los juegos de luces que los vidrios multiplican.
Oigo que, desde el fondo, brinda el inmigrante: “No se molesten por los espejos, ni porque vayan a morir, solo quería expresarles mi más perdulario afecto”. Todos levantamos los vasos a media altura viéndonos doblemente reflejados, con caras deformes que crean el alcohol, los cristales cóncavos y la fácil emoción.
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