domingo, 8 de diciembre de 2019

Sin adjetivos


Aunque vivía lejos, acostumbraba a esperarla a la puerta de su trabajo. La acompañaba mientras andaba hasta la estación. Le hacía más amena la espera en el andén con algunas bromas. En el tren, callaba. Solía estar tan lleno que era difícil comunicarse. Volvían a recuperar las sonrisas en la estación de destino. Ella hacía un esfuerzo por no aparentar cansancio. A él le gustaba imaginar cosas para animarla. Llegar hasta el autobús costaba a veces algunas carreras. Pero cuando lo aguardaban o durante el trayecto, conversaban animadamente. Ella lo quería. Él la quería. Se les notaba en cada palabra. Hasta en las que no se decían.

El recorrido a pie hasta su casa era más lánguido. Muchas veces, ella le invitaba a subir. Últimamente lo hacía con frecuencia. En el ascensor ambos guardaban silencio, embebidos en sus pensamientos. Mientras ella abría la puerta, él se imaginaba que las cosas pudieran ser de otra forma. ¿Pasas? Sí, claro. Solía dirigirse hacia su habitación, él a la cocina. Quedaban muy cerca, charlaban mientras se cambiaba para ir cómoda. Llevaba despierta desde las cinco y media; estaba destruida. Él quería curarla, cuidarla. Le preguntó si le apetecía una infusión. Ella contestó que no, que le podía el hambre pero aún más el cansancio. Iría a tumbarse al sillón. Cuando el estómago le doliera, se levantaría. Ese día, él se vino arriba, le ofreció unos mimos, unas caricias, un masaje. Ella se enfadó, con toda la razón. ¿Y cómo vas a hacerlo? Lo siento, es verdad; solo quería ayudarte, escribió él.

Ambos miraron sus teléfonos móviles. La realidad se les había acercado tanto que manchaba sus ilusiones. Cada uno estaba en un extremo del chat.

Se despidieron.

Él estaba confuso; solía habitar una ficción.

Ella sabía que se engañaban; le había caído la peor parte.

Él quería curarla, cuidarla. Quería levantarse con ella cada día, prepararle el desayuno mientras se duchaba. Quería darle ánimos cada madrugada, mientras le llenaba el táper con la comida que habían cocinado juntos. Quería compartir el coche con ella. Quería recoger su casa. Quería recogerla a la salida del trabajo, verla conducir mientras reían. Quería hablar cara a cara en el ascensor. Y encenderle el calentador para su ducha. Quería prepararle la cena mientras ella descansaba en el sofá. Quería acompañarla y velar su sueño.

¿Y cómo vas a hacerlo?

Quería y no podía. Solo ahora era consciente.

Ella también estaba llorando. Desde el principio, sabía que todos sus sueños eran imposibles, lo habían hablado. Y se había dejado arrastrar, engañar.

Parecían poder tocarse, a veces lo había hecho. Pero distaban más de quinientos kilómetros.

En sus sueños siempre había una playa. Vivían un verano luminoso, trabajado, fatigado, hermoso.

Y ya la brisa refrescaba.

Sin adjetivos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario