Aunque vivía lejos, acostumbraba a esperarla a
la puerta de su trabajo. La acompañaba mientras andaba hasta la estación. Le
hacía más amena la espera en el andén con algunas bromas. En el tren, callaba. Solía
estar tan lleno que era difícil comunicarse. Volvían a recuperar las sonrisas
en la estación de destino. Ella hacía un esfuerzo por no aparentar cansancio. A
él le gustaba imaginar cosas para animarla. Llegar hasta el autobús costaba a
veces algunas carreras. Pero cuando lo aguardaban o durante el trayecto, conversaban
animadamente. Ella lo quería. Él la quería. Se les notaba en cada palabra. Hasta
en las que no se decían.
El recorrido a pie hasta su casa era más lánguido.
Muchas veces, ella le invitaba a subir. Últimamente lo hacía con frecuencia. En
el ascensor ambos guardaban silencio, embebidos en sus pensamientos. Mientras
ella abría la puerta, él se imaginaba que las cosas pudieran ser de otra forma.
¿Pasas? Sí, claro. Solía dirigirse hacia su habitación, él a la cocina. Quedaban
muy cerca, charlaban mientras se cambiaba para ir cómoda. Llevaba despierta
desde las cinco y media; estaba destruida. Él quería curarla, cuidarla. Le preguntó
si le apetecía una infusión. Ella contestó que no, que le podía el hambre pero
aún más el cansancio. Iría a tumbarse al sillón. Cuando el estómago le doliera,
se levantaría. Ese día, él se vino arriba, le ofreció unos mimos, unas
caricias, un masaje. Ella se enfadó, con toda la razón. ¿Y cómo vas a hacerlo?
Lo siento, es verdad; solo quería ayudarte, escribió él.
Ambos miraron sus teléfonos móviles. La realidad
se les había acercado tanto que manchaba sus ilusiones. Cada uno estaba en un
extremo del chat.
Se despidieron.
Él estaba confuso; solía habitar una ficción.
Ella sabía que se engañaban; le había caído la
peor parte.
Él quería curarla, cuidarla. Quería levantarse
con ella cada día, prepararle el desayuno mientras se duchaba. Quería darle ánimos
cada madrugada, mientras le llenaba el táper con la comida que habían cocinado juntos. Quería compartir
el coche con ella. Quería recoger su casa. Quería recogerla a la salida del
trabajo, verla conducir mientras reían. Quería hablar cara a cara en el
ascensor. Y encenderle el calentador para su ducha. Quería prepararle la cena
mientras ella descansaba en el sofá. Quería acompañarla y velar su sueño.
¿Y cómo vas a hacerlo?
Quería y no podía. Solo ahora era consciente.
Ella también estaba llorando. Desde el
principio, sabía que todos sus sueños eran imposibles, lo habían hablado. Y se
había dejado arrastrar, engañar.
Parecían poder tocarse, a veces lo había hecho.
Pero distaban más de quinientos kilómetros.
En sus sueños siempre había una playa. Vivían un
verano luminoso, trabajado, fatigado, hermoso.
Y ya la brisa refrescaba.
Sin adjetivos.
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