sábado, 18 de febrero de 2017

Construir de la nada

En los años cincuenta, la arquitectura española abandona el vacío academicismo oficial y redescubre la modernidad con un puñado de obras maestras



Los cincuenta son los años del rock'n roll, el Sputnik, la Vespa, la televisión, Lolita, la ópera de Sydney o Brasilia. Para los mitómanos, la muerte de megaestrellas como James Dean, Humphrey Bogart o Billy Holliday resume la década; pero, aquí y entonces, a casi nadie le importa: estamos en la posguerra. España, con las orejeras de la dictadura, sigue siendo dos, y una vive en el exilio: Juan Ramón Jiménez que recibe el Nobel (1956), Buñuel, Picasso, Roberto Gerhard, Pau Casals, Sert... todas las artes tienen un destacado representante español fuera de nuestras fronteras.

Sin embargo, el régimen sale de su aislamiento: la ONU suspende el bloqueo internacional y los cincuenta se cierran con el abrazo de Eisenhower a Franco en Torrejón. El desierto que Carmen Laforet reflejó en su novela Nada (1944) comienza a cobrar vida. En el arte, un buen ejemplo es la arquitectura, que prolonga sus logros en la década siguiente. La estética del imperio hacia Dios (y más allá), con la construcción de cojos Escoriales, va cediendo, bajo influencias italianas y de los maestros nórdicos, a la Arquitectura Moderna que ya había germinado durante la República. Un puñado de obras maestras hacen olvidar los destinos universales y los desatinos neoherrerianos; sus autores son arquitectos a quienes la Guerra Civil se les coló en el currículo.

"No hago arquitectura, construyo casas", esta sentencia del barcelonés José Antonio Coderch resume su carácter, su fuerte sentido crítico, su oposición a dogmas y teorías (vinieran del régimen o de la moda). También define su objetivo: crear un lugar digno de ser habitado. En el barrio de la Barceloneta, junto al Port Veil de su ciudad, dando al mar, construye un bloque de viviendas; enfrente queda ahora un edificio mimético que consigue, más que un homenaje o un pasar desapercibido, resaltar los valores del original: abstracto, proporcionado, aristocrático. Ese desdén que el viejo bloque parece sentir por su imitador, lo extiende a la calle. La barrera impuesta por las persianas, venecianas, mediterráneas, da privacidad a sus habitantes y los aísla de una ciudad que el autor consideraba hostil. El interior, fluido, es un organismo que nace de la suma de dos células-vivienda por planta, agrupadas alrededor de un núcleo de escaleras. Antes de llegar aquí, Coderch experimentó minuciosamente con distintas viviendas unifamiliares cuyo éxito le abrió una vía de comunicación con el extranjero. 

Alzados y planta de las viviendas de La Marina, en la Barceloneta.
En la cercana Tarragona, de la concreción de las bases de un concurso público nace otra abstracción: el Gobierno Civil. Así es su fachada: unitaria, un orden roto, poética, espiritual, experimental, clásica, constructivista o suprematista... adjetivos todos que la leen y la desconocen, como la rosa del poema de Juan Ramón. Una parte de esta fascinación por explicarla nace de la inmediatez del croquis que la alumbró, pero hasta su autor, Alejandro de la Sota, dijo desconocer por qué lo hizo así. De la Sota profesaba la fe en Mies van der Rohe, dios de la arquitectura moderna al que se atribuye el aforismo "menos es más", pero hoy el balcón del Gobierno da a una rotonda disfrazada de plaza, sumida en el tráfico (el arquitecto pidió cambiar el emplazamiento del edificio), con un jardín kitsch donde no faltan fuentes, un puentecillo y ánades varias; hasta soportaba un ninot mutilado con publicidad de Port Aventure.
Fachada del Gobierno Civil de Tarragona.                 Croquis de sección del Gimnasio del colegio Maravillas. 
En otra construcción casi simultánea alcanza una cumbre artística similar, es el madrileño Gimnasio del colegio Maravillas. Apilando (bajo un patio de juegos exterior) aulas, polideportivo y piscina y dándolos a la luz natural y al aire, resuelve el problema funcional; pero hay más... Un inmaterial "más" que llevaba a don Alejandro, cada sábado y hasta su muerte, a controlar la ampliación de su obra, ya en silla de ruedas.

Anónima grandeza

Casa Sindical, hoy Ministerio de Sanidad y Consumo
Frente al museo del Prado, emborronado por la pantalla de árboles del paseo, el gran edificio cuadriculado destaca por su dura simplicidad, casi por su anonimato. Ésta no es la única contradicción que la antigua Casa Sindical sugiere: a medio camino entre lo clásico y lo abstracto, tiene algo de la pintura de Chirico, a quien su autor, Francisco de Asís Cabrero, conoció en Italia (1941), un viaje clave en su formación cuando en España casi ni existían publicaciones sobre arquitectura. 

A los contornos del solar y a la escala de las calles que lo rodean se adapta el basamento de siete plantas; 16 alturas alcanza el cuerpo central de oficinas: "escogí la forma del cubo porque funciona bien", explicaba el autor con sencillez. En una entrevista, Cabrero recordaba un edificio anónimo de la Gran Vía madrileña que le había inspirado de forma inconsciente. 

Pabellón de la Exposición de Bruselas, de 1958.
Casi no merece la pena visitar el Pabellón de la Expo 58 en su emplazamiento actual, en la Casa de Campo de la capital, a menos que se esté interesado en ver los efectos que la desidia y el abandono causan en un edificio. Aunque un cartel insinúa que hay una restauración en marcha, ésta terminó hace más de dos años sin resultados visibles. Está hecho fosfatina, que dirían los tebeos de la época, y malvive porque, como su contemporáneo abuelo de la familia Cebolleta (1951, by Vázquez), recuerda los viejos tiempos, el estrellato en Bruselas. O espera un traslado que prometió el alcalde. Al describir el edificio original resulta una adivinanza: Adaptable a cualquier solar. Montable y desmontable, como un mecano. Lo configura una sola pieza, repetida: un paraguas hexagonal de varillas metálicas que se clava a la tierra por su mango (de altura variable, también metálico).

Huesos de hormigón

No demasiado lejos, junto al cauce del río Manzanares, se encuentra el Centro de Estudios Hidrográficos. Más que el bloque de oficinas de cristal y hormigón interesa ver la nave de ensayos, un espacio de 80 metros de largo, 7 de alto y 22 de ancho con luz natural (facilita las fotografías de las maquetas de laboratorio). Para resolver la entrada uniforme de la luz y la salida del agua de lluvia, el arquitecto Fisac usó piezas de hormigón pretensado [hormigón armado en el que se introducen tensiones internas permanentes para compensar las tensiones exteriores que causarán las cargas a las que está sometido en servicio] cuya forma recuerda a los huesos de ternera. La repetición de estos huesos y la luz intercalada entre ellos crean un hipnótico ambiente de cine, como el interior de un gran organismo paralelepipédico fosilizado.
Nave del Centro de Estudios Hidrográficos. 
Los ejemplos nórdicos, la casa japonesa, la Alhambra y Santa Sofía son los modelos que, tras sus viajes por el mundo, reconoce Fisac. El arquitecto pertenece a la cosecha del 42, la primera tras la guerra, como Cabrero, Aburto, Fernández del Amo o De la Sota, con los que se tituló en la escuela de Madrid. 

A la generación inmediata se adscriben Corrales y Molezún (responsables del Pabellón de Bruselas) o Sáenz de Oíza, autor de Torres Blancas, un rascacielos que hace algún tiempo
 recuperó su coronación al desprenderse de un anuncio luminoso (“Piensa en verde”, decía el eslogan de la cerveza publicitada). El arquitecto explicó así su intención inicial: "Yo pensaba en un esquema de árbol: En la parte baja (las raíces) la torre se prolonga con los aparcamientos y los conductos, y en la parte alta (las ramas) está la parte social con las tiendas, la piscina, el gimnasio...". Las 21 plantas intermedias se dedican a viviendas. El edificio culmina la tendencia organicista ya de los 60, la asimilación de las formas de los seres vivos, y aparecerá en todo tipo de publicaciones. Consciente de su éxito, parece posar junto a la madrileña avenida de América. 
Su fuerte expresividad lo emparenta con la basílica de Aránzazu, en Vizcaya, donde se sumaron artistas de gran talla. Oíza también trabajó en los Poblados Dirigidos de Madrid, una notable experiencia urbanística y urbana.

De nueva planta

Vegaviana tiene una plaza, la principal, dedicada a José Luis Fernández del Amo, pero no por ser el fundador y primer director del Museo Nacional de Arte Contemporáneo, sino porque este pueblo de Cáceres es su pueblo. En él concretó una idea: colocar los edificios en torno a áreas que conservaran la vegetación original. Inmersa en los planes oficiales de colonización, regadíos y establecimiento de cultivos no tradicionales, Vegaviana es una población de nueva planta, nacida de la admiración por la arquitectura anónima, de un sabio equilibrio entre lo tradicional y lo moderno. 

Planta y vista aérea de Vegaviana.
Casi sesenta años después de su creación, lo proyectado domina sobre las variaciones introducidas después. Las construcciones (con materiales y técnicas de la zona) mantienen su cuidada composición de volúmenes, con aristas limpias, con elementos que se repiten, con texturas rugosas pintadas de blanco; el luminoso resultado es cálidamente abstracto. Sobresalen la escuela, el asimétrico ayuntamiento con su desnudo chapitel y su reloj, la iglesia en cuya construcción colaboraron distintos artistas... Los espacios libres, donde respiran los grupos de edificios, son humanos y conservan la verdad de la tierra: encinas y alcornoques centenarios, la jara, el tomillo y la retama.

3 comentarios:

  1. Este reportaje fue publicado, adaptándose a un espacio más reducido, en El Viajero un 8 de mayo de 2004. Para redactarlo visité todos los edificios mencionados, a excepción de algunos interiores puntualmente inaccesibles. Los espacios de Fisac y De la Sota los recuerdo como los más emocionantes. Vegaviana también me pareció de una perfección sorprendente.
    De este trabajo deduje que todas las arquitecturas con calidad mejoran fuera de las fotos.

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  2. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  3. Nota sobre la edición: Están en cursiva las descripciones más ceñidas a su tiempo que han quedado o pueden haber quedado desfasadas.
    Se ha buscado que las ilustraciones fueran imágenes de la época.

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